jueves, 17 de septiembre de 2015

Pensamiento 23
La empresa del modelo capitalista que conocemos tiene méritos para ser declarada “patrimonio de la humanidad” muy por encima de muchos detentores de ese título. De ella depende el bienestar de la sociedad, del país y de las personas, porque genera la riqueza capaz de sostenerlo:
-      El nivel de vida material, es evidente.
-      El no material, también: sin la riqueza material que producen las empresas, otras riquezas -sanidad, cultura, justicia, educación, seguridad…- no son sostenibles.
-      Además los directivos empresariales ha introducido en la sociedad ideas y criterios de gran utilidad para su funcionamiento: eficiencia, control, delegación, medida…
En consecuencia la empresa es demasiado importante como para dejar las decisiones clave de la misma en manos de personas de las que no consta que tengan capacidad intelectual para tomarlas. O que tengan como interés prioritario no la empresa misma y su futuro, sino otros más privados o personales, o de grupos o entidades que no son la empresa misma.

Estoy hablando de los llamados accionistas mayoritarios: tener dinero no es lo mismo que tener criterio o talento. El principio de que la posesión de una cantidad importante de acciones “da derecho” a uno o varios puestos en el consejo de administración y en consecuencia a tomar las decisiones clave no tiene un fundamento racional serio, ni desde el punto de vista de la pura reflexión lógica, ni, menos todavía, desde el del razonamiento práctico. Salvo que consideremos la empresa no como la fuente de riqueza de la sociedad y digna del título de “patrimonio de la humanidad”, sino como instrumento para intereses particulares a veces inconfesables. O que nos aferremos a la idea de propiedad de la empresa por parte del capital. Idea que, como bien saben los lectores de mi libro La creación de riqueza en la empresa española, carece de justificación racional y sólo se tiene de pié a fuerza de ser repetida.

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