martes, 22 de septiembre de 2015

Pensamiento 24.
A los accionistas no les corresponde tomar las decisiones clave, eso es responsabilidad de consejeros y directivos. Lo que les incumbe es exigir a éstos resultados y rentabilidad por el dinero que les han confiado: que hagan el mejor uso de ese recurso y obtengan con él los mayores beneficios. Esta exigencia es no sólo su derecho, sino su modo específico de aportar valor a la empresa.
Además del dinero aportado por los accionistas, hay otro recurso que consejeros y directivos reciben de terceros: las capacidades -el talento- que los empleados ponen a su disposición. Hoy y cada vez más, este recurso -el humano- es más crítico, más caro y más valioso para las empresas que el dinero de los accionistas.
Son dos grupos humanos los que, como los accionistas, tienen el derecho y la obligación de exigir a los directivos un uso eficiente del recurso humano:
-      En primer lugar los empleados, que lo ponen a su disposición con una expectativa, a) de utilizarlo en objetivos dignos de él y b) de desarrollarlo para ser, ellos, cada vez más valiosos.
-      En segundo lugar la sociedad misma, que ha gastado un dinero importante en la formación de ese capital humano: por término medio y según datos oficiales, cada persona no universitaria cuesta a la sociedad, sólo en formación académica, en torno a 100.000 euros. Los universitarios, mucho más.
Debemos empezar a pensar que la sociedad ha invertido en cada empresa al menos tantas veces 100.000 euros como empleados tiene ésta. En muchos casos eso la convierte en el “accionista” mayoritario. Y tiene, literalmente y sin metáfora alguna, el derecho y el deber de exigir un uso óptimo de las capacidades puestas a disposición de las empresas. Es el principio de eficiencia, o, si se prefiere, la actualización de la parábola de los talentos, aplicado a uno de los puntos clave de la empresa.

Así tenemos que los accionistas con su dinero, los empleados con su talento, la sociedad con lo que le cuesta formarlo, y por supuesto los clientes, son otros tantos polos de exigencia para los directivos, lo que convierte a éstos en un centro de tensiones dramático. Ser consejero o directivo es muy importante para la sociedad -son ellos los tomadores de las decisiones de las que depende la empresa-, pero tremendamente difícil. Más aún, el nivel humano que les exige  su responsabilidad es superior al del resto de la población. A ellos dedicaré los pensamientos de lo que queda de año y alguno más.

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