Segunda
razón por la que una persona, en la intimidad de su fuero interno, decide dar
su voto a una opción o a otra: El pensamiento “twit”.
La
evolución reciente está llevando a la juventud -y también a muchos talluditos-
a razonamientos que caben en 140 caracteres, con el nivel de profundidad que
eso conlleva. O lo que puede ser peor, a sustituir la palabra o la idea por la
imagen. Parafraseando a Milan Kundera podríamos hablar de “la insoportable
levedad del pensamiento”, que aborrece
los razonamientos profundos (“un rollo”) y adopta como modelo el piar de un
pájaro. Los diálogos e intercambios intelectuales pasan a tener una
ligereza semejante a la del trinar de
las aves canoras. Se afirma cualquier cosa sin el menor razonamiento. Que
alguien analice razonamientos o escuche al otro pertenece cada vez más al reino
de Utopía. Cabe pensar que, a este paso, términos como “escucha” o “análisis”
acaben desapareciendo del diccionario de la RAE por desuso. Eso da lugar a
estructuras mentales cuya consistencia y capacidad crítica son mínimas.
Por lo tanto, si en el apartado anterior hemos visto que
el voto se sitúa principalmente en el ámbito de la emocionalidad, ahora nos
encontramos con que el componente racional que debe incorporar tiene, en una
parte muy amplia de la población, un peso mínimo, una insoportable -y sobre
todo amenazadora- levedad.
Ello hace de muchos votantes carne de manipulación, unos
seres completamente abiertos a recibir de manera acrítica mensajes
intelectualmente inconsistentes, siempre que en lo emocional sintonicen con su
situación, aspiraciones, problemas, temores o frustraciones. Las incoherencias
internas, la inconsistencia del contenido, sus nefastas consecuencias si se
llevaran a la práctica, el emparentamiento con experiencias fracasadas como la
griega o la venezolana, las incompatibilidades con los principios de la Unión
Europea, la inaceptabilidad y obsolescencia de las bases leninistas en que se
sustentan estas opciones… son sistemáticamente ignoradas: literalmente se
cierra los ojos ante ellas, porque pertenecen al ámbito de lo racional.
En semejante contexto el voto se sitúa casi
exclusivamente en el campo de lo emocional, sin apenas componente racional, y dispuesto
a aceptar cualquier propuesta que suponga una cierta ilusión o afirmación
grupal por muy demagógica e inviable que sea.
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