jueves, 21 de enero de 2016

Segunda razón por la que una persona, en la intimidad de su fuero interno, decide dar su voto a una opción o a otra: El pensamiento “twit”
La evolución reciente está llevando a la juventud -y también a muchos talluditos- a razonamientos que caben en 140 caracteres, con el nivel de profundidad que eso conlleva. O lo que puede ser peor, a sustituir la palabra o la idea por la imagen. Parafraseando a Milan Kundera podríamos hablar de “la insoportable levedad del pensamiento”, que  aborrece los razonamientos profundos (“un rollo”) y adopta como modelo el piar de un pájaro. Los diálogos e intercambios intelectuales pasan a tener una ligereza  semejante a la del trinar de las aves canoras. Se afirma cualquier cosa sin el menor razonamiento. Que alguien analice razonamientos o escuche al otro pertenece cada vez más al reino de Utopía. Cabe pensar que, a este paso, términos como “escucha” o “análisis” acaben desapareciendo del diccionario de la RAE por desuso. Eso da lugar a estructuras mentales cuya consistencia y capacidad crítica son mínimas.
Por lo tanto, si en el apartado anterior hemos visto que el voto se sitúa principalmente en el ámbito de la emocionalidad, ahora nos encontramos con que el componente racional que debe incorporar tiene, en una parte muy amplia de la población, un peso mínimo, una insoportable -y sobre todo amenazadora- levedad.
Ello hace de muchos votantes carne de manipulación, unos seres completamente abiertos a recibir de manera acrítica mensajes intelectualmente inconsistentes, siempre que en lo emocional sintonicen con su situación, aspiraciones, problemas, temores o frustraciones. Las incoherencias internas, la inconsistencia del contenido, sus nefastas consecuencias si se llevaran a la práctica, el emparentamiento con experiencias fracasadas como la griega o la venezolana, las incompatibilidades con los principios de la Unión Europea, la inaceptabilidad y obsolescencia de las bases leninistas en que se sustentan estas opciones… son sistemáticamente ignoradas: literalmente se cierra los ojos ante ellas, porque pertenecen al ámbito de lo racional.

En semejante contexto el voto se sitúa casi exclusivamente en el campo de lo emocional, sin apenas componente racional, y dispuesto a aceptar cualquier propuesta que suponga una cierta ilusión o afirmación grupal por muy demagógica e inviable que sea.

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