miércoles, 2 de marzo de 2016

Pensamiento 43. Sobre consejeros y directivos, 14. Décimo mandamiento. No utilizarás a las personas como recurso ni como excusa.
Utilizar a las personas como recurso o como excusa son dos graves errores profundamente enraizados en el hacer y en el pensar íntimo de la mayoría de directivos, aunque lo políticamente correcto sea decir lo contrario.
1º. La persona no es recurso.
El recurso humano no son las personas. Lo son las capacidades, actitudes y conocimientos que los empleados poseen y ponen a disposición de la empresa, con los que le aportan el valor por el que ésta les paga, y gracias a los cuales la empresa es capaz de generar riqueza para sus entornos.
El empleado tiene una triple posición en la empresa:
-      Es el propietario de las capacidades y conocimientos que configuran el capital humano, hoy más importante -y más caro- que el financiero.
-      Es el sujeto agente principal de la generación de la riqueza que produce la empresa, gracias al valor que le aporta.
-      En contrapartida, es destinatario de un doble valor que recibe de la empresa:
o   El económico, vía la retribución.
o   El personal: gracias a su trabajo, “es alguien”, consigue logros, desarrolla sus capacidades, es valorado y “vale más”.
Esta triple condición del empleado, que no poseen ni los clientes ni los accionistas ni la sociedad en general, hace que reducirlo a la condición de recurso sea un insulto a la inteligencia. Por no hablar de su condición de “persona humana” con su dignidad intrínseca, tema en el que no entran estos pensamientos.
2º. La persona no debe ser excusa
Señalaré dos ocasiones (hay más) en que la persona es utilizada como excusa con la que tapar el déficit directivo.
-      Cuando decimos que la aportación de algunos empleados es inferior a la que podría/debería ser, pensamos con frecuencia en falta de interés, de “motivación” o de compromiso. De hecho, una buena parte de las políticas de RRHH se basan en esta errónea convicción.
Éste es un punto en el que, según mi larga experiencia, se cumple el principio de Pareto: una escasa aportación de valor es imputable al propio empleado en un 20 %.  El 80 % restante es atribuible a la organización en la que trabaja: el empleado no aporta más valor porque no encuentra en ella, objetiva o subjetivamente, la oportunidad de aportarlo. Y conseguir que la encuentre es responsabilidad de los directivos, recuérdese el cuarto mandamiento.

-      Es también frecuente señalar a los sindicatos, a su inmovilismo anclado en posiciones obsoletas, y a sus intereses divergentes de los de la empresa, como origen de muchos de los males y como razón para no abordar determinados problemas o proyectos.
Es probable que los representantes sociales se comporten como dicen los directivos, pero no lo es menos que los sindicatos son el reflejo de la dirección: si son así, es como consecuencia de actuaciones y dejaciones de los directivos, de los actuales o de los anteriores. Escudarse en los sindicatos es una gran excusa para tapar la propia falta de coraje.

La excelencia del directivo consiste en considerar y tratar a los empleados, incluidos los sindicalistas, como personas con la triple condición expuesta al principio de este pensamiento, y en asumir, en su mente y en sus comportamientos, que él es el responsable principal de lo que hagan y del valor que aporten o que dejen de aportar los empleados, incluidos los sindicalistas.

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