Pensamiento 59 y último. Crónica de un fracaso,
segunda parte.
Como decía en el
Pensamiento anterior, cuando me lancé a este trabajo pretendía no quedarme en
el ámbito de lo puramente conceptual, sino que aspiraba a contribuir a la
transformación de la realidad social. Estoy muy lejos de conseguirlo y muy
cerca de convertirme en un padre predicador. He fracasado.
Pero esto no pasa
de ser una anécdota. Lo realmente preocupante es que el país sigue generando
riqueza por debajo de lo que gasta y endeudándose; que nuestra productividad continúa
perdiendo puntos; que la población se empobrece y las desigualdades son
lacerantes; que nuestro recurso principal y más caro, el humano, es
despilfarrado y ninguneado; que el respeto a la persona es un concepto ignorado
y temido; que cobran cada vez más cuerpo opciones políticas con las que la
decadencia y el caos económico están garantizados… En este contexto, inexorablemente
se producirán cambios, que serán profundos y afectarán también al ámbito de la
empresa. Su naturaleza dependerá de quién los lidere.
Los responsables “naturales”
de liderarlos, desde la Universidad hasta los sindicatos, pasando por la
política, la cultura, el periodismo, las organizaciones profesionales o las
finanzas, optan por cerrar los ojos y seguir cómodamente instalados en la
pereza intelectual, en el privilegio social y en el calor de su tribu.
Cuestionar el statu quo -las ideas, el modelo de relaciones y los esquemas
básicos de comportamiento sobre los que se asienta su poltrona- se les antoja
una actividad de alto riesgo incompatible con su objetivo prioritario y nunca
confesado: que nada perturbe su bien/estar en su zona de confort, ni sus
privilegios, ni la imagen idealizada de su ego que, cual espejo de la bruja de Blancanieves,
les refleja su particular pequeño entorno en el que se sienten importantes. Consecuencia:
los cambios los liderarán otros y sufriremos todos.
Yo, consciente de la
magnitud del desafío, he pretendido contribuir a que la empresa sea la máquina
de crear riqueza que la sociedad necesita para levantar los ojos y salir del
fango y la miseria del denominador en que sus dirigentes parecen refocilarse.
Para ello he hecho lo que mejor sé: he propuesto a) conceptos nuevos y sólidos
frente a los inconsistentes y arcaicos “universalmente acepados”, b) modelos de
relación capaces de sacar lo mejor de las personas frente a los frustrantes y castradores
hoy mayoritarios, y c) comportamientos capaces de generar un futuro basado en
ambiciosos desafíos comunes. A ello he dedicado, durante estos tres años, mucho
tiempo y esfuerzo con el libro, los Pensamientos y mis múltiples propuestas tan
cargadas de esperanza como sistemáticamente ignoradas.
Desde el punto de
vista dinerario, haber empleado más de dos mil horas en este propósito fallido
-¿quijotesco?- ha sido una decisión errónea con un altísimo coste de
oportunidad. A mí eso no me importa lo más mínimo, mis parámetros son muy
otros: junto con el amor y la familia, lo que más me importa en la vida, muy
por encima de cualquier otra cosa y desde luego mucho más que el dinero, es a)
profundizar en la realidad social llegando hasta su esencia, b) descubrir sus
causas profundas, y c) contribuir a cambiarla. He tenido éxito en “a” y en “b”,
y he fracasado en “c”. Con lo cual “a” y “b” pasan a formar parte del reino de
lo inútil.
Llegado a este
punto, no sé cómo continuar en mi empeño de transformación de la realidad
social, ni si tiene sentido persistir en él. Pero sí sé que he errado en la vía
y que no es inteligente insistir en acciones que se muestran inadecuadas para
lograr el objetivo que les da sentido.
Conclusión: estos
Pensamientos y mis propuestas se han acabado. El padre predicador abandona el
púlpito y deja de vocear en el desierto. Adiós.
P. s. Si, después de haber leído estos Pensamientos, tienes alguna
sugerencia, no dudes en comunicármela: me harás feliz. Yo por mi parte estaré
encantado de dialogar personalmente contigo si tú lo deseas y en la medida en
que tú lo quieras. Y gracias por leerme.